miércoles, 16 de febrero de 2011

Flecha con punta de oro, flecha con punta de plomo.

Todas las culturas han rendido culto a esa emoción misteriosa, esa voluntad al servicio del otro, esa decisión conciente, esa ceguera que no ve otra cosa sino el objeto del deseo, esa incansable fuente de experiencias que es el amor. Los griegos lo adoraban como Eros, el hijo mejor conocido de la belleza, los hindúes a Lakshmi, y así sucesivamente Freya, Isis, Innana, Astarté...los pueblos antiguos identificaron la belleza con el amor y la fecundidad con el placer, todo en la figura femenina, grácil, espléndida...y voluble, ya que también solían creer que los dioses de vez en cuando usaban al amor como castigo al juntar a dos personas incompatibles, algo que inevitablemente llevaba a la tragedia. Si Eros usaba su flecha con punta de plomo en un desafortunado mortal, tendría un amor desgraciado pero inevitable, si su flecha tenía punta de oro, sería una unión feliz hasta la muerte.
Con la llegada del cristianismo las cosas cambiaron: el amor no sólo era fuente de placer o de castigo, además era fuente de milagros, sanaciones, de perdón...de dolor y sacrificio. Desde entonces la noción del amor unido al dolor ha formado un tejido de sentimientos encontrados que para muchos hace inconcebible una cosa sin la otra. Lo que muchas veces se obvia es que el amor es una decisión también. Cuando nos enamoramos nadie nos obliga a seguir a esa persona, cuidarla, protegerla, atenderla, procurar su atención y su favor para con nosotros. Es una decisión tomada. Decidimos, por razones que podemos o no explicar, que esa otra persona reúne cualidades atrayentes. Llamar, escribir, regalar, acariciar, besar, abrazar y amar no son cosas que se puedan planificar o forzar porque a la persona sencillamente "le nace" hacer eso, pero la decisión es absolutamente consciente, al igual que cuando dejamos de amar, una serie de factores negativos han sido lo suficientemente determinantes para que el cerebro diga "¿Sabes qué? ya no quiero más".

En cuanto al día de San Valentín, nadie se pone de acuerdo con respecto a quién era realmente el responsable de ese día. Algunos atribuyen el día a Valentín de Roma y otros a Valentín de Terni, otros creen que es la misma persona. Sin embargo en "Vidas de los Santos de Butler" de 1965, se puede leer:
"Valentín fué un santo sacerdote de Roma, quien, con San Mario y su familia socorría a los mártires durante la persecusión de Claudio II. Fué aprehendido y enviado por el emperador al prefecto de Roma, quien al ver que todas sus promesas para hacerle renunciar a su fe eran ineficaces, mandó a que lo golpearan con mazas y luego lo decapitaran. Esto tuvo lugar el 14 de Febrero por el año de 270..." lo profano también tiene su lugar por las mismas fechas: el 15 de febrero los jóvenes sacaban en suerte nombres de jovencitas con motivo de la celebración de la diosa Februata Juno. El mismo 14 de Febrero es el día en que "los pajaritos eligen pareja" según la creencia popular en Europa desde tiempos del escritor Geoffrey Chaucer.

Para mí el día de los enamorados este año trajo algo adicional: un anillo de compromiso que un emocionado Hernán me dió luego de cenar en nuestro restaurante favorito, a la luz de las velas...¿que si le dije que sí? pues CLARO QUE SI!! y la emoción me ha acompañado estos días, mirando mi anillo y pensando en el día en que me ponga la alianza...cuando camine hacia el altar, con la presencia de mi familia, mis amigos, y sobre todo él, esperándome.

El amor para celebrar su día se alimenta en lo sagrado y lo profano, lo humano y lo divino, necesita de la literatura y la naturaleza para conjurarse en un solo día, el recordatorio de algo que hacemos todos los días: amar.  "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado".

1 comentario:

  1. Me encanta lo que escribes porque es real y porque disfruto mucho de tu forma de decir las cosas con ese enfoque sorprendente e interesante con que acompañas los temas y que hace de un tema común algo tan interesante.

    Hernán

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