sábado, 19 de marzo de 2011

José.

En estos días estoy superocupada entre el trabajo en la oficina, los preparativos para el acontecimiento oficial de este blog, el trabajo en la casa y las clases de confirmación porque...(¡¡ejem!!) yo no me he confirmado aún. No estoy tan sola, hay como 30 personas adultas más en el mismo "status" en las clases que recibo. Básicamente las clases de confirmación te orientan acerca de los principales dogmas de la religión cristiana católica y sus principales referencias. Hablamos anteayer del dogma de Cristo como Hombre y Dios a la vez. ¿Suena simple no? Jesús el Hombre que celebró en fiestas, que ayudó a su padre en la carpintería, que lloró a sus seres queridos aún cuando podía resucitarlos, que amó, sufrió y finalmente murió como todos nosotros. Jesús el Dios que hizo milagros, que predicaba el Reino de los Cielos, que expulsaba demonios, que practicó la resurrección, que nos salvó a todos con su Fe y Su Poder, que resucitó de entre los muertos y subió a los cielos. Ahí está nuestra hermandad y coherencia. Después de todo los seres humanos somos cuerpo y alma, Fe y Ciencia, fuerzas que parecen contraponerse pero en realidad se complementan. Con esas ideas recé y me fuí a la cama.

Lo siguiente que recuerdo es una playa paradisíaca venezolana blanquísima como en las pinturas del maestro Reverón, donde un sol brilla con tanta fuerza que los colores se diluyen en un día eterno sin nubes. Podría ser Turiamo, La Orchila, Los Roques o Caracolito. Sobre el mar sin olas un sencillo peñero de pescador llevaba a un hombre moreno por el sol, delgado en un cuerpo sin edad, apenas cubierto por un taparrabos de lino. No parecía necesitar nada más, sin sed, sin hambre, sin cubrirse los ojos del sol, sin necesitar más que su peñero y su taparrabos, como quien no siente las urgencias de su cuerpo. La luz brillaba sobre sus hombros y sobre su ondulado cabello negro como en una foto de alto contraste. Lo vi de espaldas y no pareció notar mi presencia, abstraído como estaba viendo el horizonte, parecía hipnotizado por el vaivén de las olas. De pronto volvió la cabeza, me miró por encima del hombro con toda tranquilidad, con el mismo gesto concentrado que tenía cuando tocaba el órgano y reconocí su perfil: un gesto leve apenas para reconocer mi presencia que parecía decírmelo todo y nada a la vez. Estaba en presencia de El Padre, y a la vez de mi padre. Porque no estábamos solos: alguien más estaba con nosotros y esa presencia me hablaba muy cerca, junto al oído: "Ahí está, ¿lo ves?"  No necesitábamos hablar para perturbar aquel silencio sagrado.  En eso llegamos a la orilla de la playa. Mi papá se recostó cómodamente sobre la arena, que tampoco estaba muy caliente y cerró sus ojos, descansando mientras la luz del día lo bañaba, ya nada más importaba. Ni el peñero, ni la playa ni nosotros dos. Entonces me dí cuenta que pese a que su rostro era el mismo, su cuerpo era el de Cristo, sin estigmas ni cicatrices ni señales de tortura, pero era igual al desnudo. La presencia me dijo apenas: "Aunque está delgado, se fortaleció con las penas. Ya no verás hombres así." y así acabó.

Tenía tiempo sin verte José, y decidí que en este día de nuestro Patrono Protector de la Sagrada Familia era bueno dedicarte estas líneas. Pronto se harán tres meses desde que abandonaste tu cuerpo en las profundidades de la tierra y se elevó tu espíritu a las alturas de la eternidad. Fué bueno verte otra vez, y si no vuelvo a verte, sabré que estás por allá en las riberas del cielo, en presencia de la Luz Divina que te consuela y acompaña siempre. Aunque ya no me puedas entregar en el altar, espero que estés ahí, de algún modo.