martes, 5 de abril de 2011

Confirmación

"Señor,
he mirado tus ojos,
sonriendo,
has dicho mi nombre.
En la arena,
he dejado mi barca,
junto a tí,
buscaré otro mar."

La tarde estaba calurosa, pero la febrilidad de mi cuerpo poco tenía que ver con la temperatura. Empapada de sudor como estaba, me sentía nerviosa e inquieta, los actos de Fe siempre me ponen así. Tenía 3 semanas recibiendo catequesis y sin embargo me sentía insegura y frágil en la ceremonia. ¿No se supone que al madurar tenemos mayor control de nuestras emociones? parece que no. Tampoco le encontraba sentido a ejercer un control que precariamente tenía en ese momento. Rezamos, entonamos los cantos, nos unimos las manos en señal de Paz, escuchamos las lecturas, comulgamos... y sin embargo todo era confuso para mí. Mi madrina, quien me bautizó hace algunos años ya estaba sentada a mi derecha en los bancos opuestos, había llegado incluso antes que yo y parecía aún más nerviosa que yo cuando no había llegado. Entonces escuché el canto que abre este post y se me aguó el guarapo. Me recordaba el sueño, me recordaba que no tenía quién me entregara en el altar, me recordaba los vacíos y ausencias de mi vida, justo en días como ése, cuando todo lo que esperaba era que Dios estuviese realmente allí acompañándome. De eso se trataba la ceremonia, reencontrarme con mi Fe, esa que profesamos en conjunto como iglesia pero que cada quien individualmente sabe cómo y en qué grado de intimidad y compromiso milita en ella y cuánto necesitamos del auxilio divino cada día para vivir. "Ustedes serán soldados de Dios. Han sido llamados para recibir el Don del Espíritu Santo a través de la imposición de manos y la marca de la cruz por medio del Santo Crisma". Un momento de absoluta solemnidad cuyo acento riguroso ya había impuesto el padre Manuel.
Algo debió escucharse allá arriba durante toda la misa porque al llegar el momento de ser presentada ante Monseñor, estaba en completa calma. La marea de emociones se había retirado por completo y dejaba en mí un bienestar, un sabor de superviviente, la que soy y espero seguir siendo. Allí estaba monseñor cubriendo mi frente con su mano y sentí sus dedos marcando la cruz. Pero lo importante ya estaba pasando: Dios estaba allí en esa presencia tan conciente como cuando me acompañó en el sueño. Supe que siempre habrían momentos difíciles y los sinsabores me entristecerían pero Él estaría ahí para infundirme la templanza y sabiduría necesaria para superarlos. No importaba en realidad lo que yo pensara de cada situación alegre o triste, al final siempre sería lo que Él habría destinado para mí desde siempre. Al final siempre probaría mi espíritu, para ver si puedo mejorar aunque sea un poco cada día, siempre estaría intentándolo conmigo aunque me equivoque, y yo siempre debería procurar estar con Él y eso era lo más importante. Nada era más real o necesario en mi existencia.

"El Señor es mi Pastor, nada me falta"

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